El escandoloso grupo que merodeaba las esquinas vendía esta especie de jaulas.
El día que empezó a faltar el aire, pusimos el grito en el cielo (en el pedazo que aún quedaba) nadie contestó.
Los vendedores aprovecharon ese silencio para juzgarnos. Enfardadoras y cortadores, sentenciaron que la inesperada bonanza de envidia provocada por su negocio, era lo que tenía agitado al mundo.
Sólo dejaron para el uso de todos, el cielo de las iglesias.